EL HORROR DE FOTODOOM
En una sórdida primera planta de un gris edificio, más complicado de localizar que el búnker de Adolf Hitler, subiendo en una especie de ascensor montacargas donde junto a ti bien cogerían 2 ó 3 ciclomotores, está FotoDoom. La oficina, rodeada de plazas de aparcamiento de coches, furgonetas y otros vehículos de tipo industrial a modo de obstáculos, es una puerta de chapa con un letrerillo que te alerta de que has llegado al establecimiento. Para localizarla te dicen 'al salir del ascensor a la izquierda', pero qué coño, si a la izquierda saliendo del ascensor hay aparcada una Kangoo con una inscripcción que dice 'Toldos y capotas Navarro'.
Tras deambular un rato das con la entrada secreta de FotoDoom. Llamas al timbre, y al rato se oye un zumbido eléctrico, como los de las cárceles de las películas cuando dejan salir a Stallone de la celda de castigo. Dices buenos días. El personaje menudo de gafas y desproporcionada cabeza que hay junto al PC, no solo no contesta sino que no levanta la mirada y te ignora completamente, ensimismado en sus cuentas. Sí, se trata de Borges.
Cuando le pides el material, se diría que le molesta tener que estar escuchándote. Casi puedes leer su pensamiento 'qué va a hacer este piltrafilla con un L de Canon...'. Mientras va a por él tú echas un ojo al local, estanterías metálicas de saldo del Leroy Merlin pero a rebosar de cosas que todos querríamos tener, y que nunca serán nuestras. Llega, y te lo coloca enfrente. Eres tú quien ha de decidir si inspeccionarlo o no. Finalmente te atreves, es mucho dinero. Abres la caja rogando que no aparezca ninguna arruga en el cartón de la tapa y examinas el contenido. Borges observa la maniobra hierático. Tu pulso se acelera, sientes su ira por lo mucho que tardas en dar el visto bueno al material y te sudan las manos. Borges odia que desconfíes de él aunque claro está nunca te lo dirá porque Borges no habla, él solo mira.
Por fin emites un sonido que se asemeja a la frase 'vale, me lo llevo'. Entonces Borges se dispone a meter la factura del 300mm f4L en el ordenador con la actitud del que te vende el periódico del domingo, en lugar de un objetivo de 1200 EUR. Tienes esperanzas de que te regale un filtro, pero la factura ya sale por la impresora y Borges no hace el más mínimo gesto de ir a por él. A cambio, y sin abandonar su monótona voz, te echa la bronca por aparecer por allí: 'es mejor hacer los pedidos por la web' espeta, 'lo comunicamos todo por email y se puede llamar por teléfono para conocer el estado del pedido'. Y justo en ese momento el teléfono suena, pero él no lo coge. De hecho ningún cambio en su cuerpo te hace pensar que lo está oyendo, pero sabes que tiene que ser así pues lo tiene al lado, junto al PC en su cubículo de 1 metro cuadrado. Entonces sufres un flash-back, sales de tu cuerpo y te ves a ti mismo, en casa, llamando a FotoDoom el día anterior por cuarta vez para ver si lo cogen, pero ni con esas. Y el rompecabezas encaja.
Antes de que te de tiempo a sacar un solo billete de tu gruesa cartera, Borges ya te dice que no aceptan tarjetas de crédito. Aprovecha y comenta también que 'no trabajan con filtros B+W'. Nunca he pretendido comprarles un filtro B+W, sin embargo cada vez que voy se las apaña para decirme que no los venden. Pero el comentario te es útil, pues te recuerda que no te ha regalado el filtro UV. Segunda misión John Rambo. En un alarde de hombría con voz temblorosa le dices si te podría dar uno. Tratas de justificar tu atrevimiento añadiendo que eres muy maniático y te gusta poner el UV desde el primer día. A duras penas entiendes cómo has sido capaz, pero sí, no solo lo has sido sino que ha funcionado. Borges sin decir nada va a una estantería llena de Hoyas, coge uno y te lo entrega. Su expresión no se altera, pero de nuevo percibes una ira creciente, esta vez por desprenderse de tan preciado botín sin obtener beneficio económico alguno.
Por fin sales de allí con tu objetivo y tu Hoya barato, y das gracias al cielo. Garaje, montacargas, y de nuevo en la calle sientes un gran alivio. El portero te mira y crees distinguir en él la sonrisilla del que piensa algo como 'je, otro de FotoDoom, cuántas vueltas habrá dado por el parking'. Echas una última mirada a aquel edificio e imaginas a Borges que sigue allí, en el cubículo junto a la puerta de chapa. Con la misma cara que tenía cuando entraste. Y cuando te fuiste. Tecleando en su ordenador y desoyendo el teléfono que suena de nuevo...